jueves, 24 de abril de 2008

Quememos esa boina







¡Que no se diga que fue un acto suicida!



Por Jorge Martínez Mejía


II Parte


En balde se tira todo cuanto se dice, se abre uno mismo la enorme cicatriz del pecho con el pedazo de tiza que dejó Pepe Luis mientras la luna extraseca del Grado Cero apenas alumbra. Unas pequeñas luces al fondo, en la ciudad del Caballero Industria, las hijas excomulgadas en la Primera Avenida hacen su gesto habitual. Mientras servimos el ron y conversamos sobre la trascendencia de lo intrascendente, después de la débil pira de la boina y sus chisporroteos famélicos, el croar de aves viejas; la escena final o la escena del comienzo transpira su cuota de nada. Nos hemos derramado otras veces en otros sitios, encima de una barra o un estanco de mala muerte y hemos gritado y pateado el trasero a la belleza. No nos ha hecho falta nada para el asesinato, pero la puta coletea como el brazo desmembrado de una iguana. Si estuviéramos de cabeza patearíamos el cielo o mearíamos en las nubes para que lloviera en el hocico del universo, nos sacudiríamos la bestia para pringar la línea del horizonte o nos lanzaríamos sobre el océano con todo y zapatos. Si estuviéramos de cabeza como el pendejo de Gustavo Campos, nos quedaríamos mudos para siembre, en un eterno bostezo de silencio. Tenés que venir, tenés que saltar, tenés que esforzarte para que te des cuenta que la vida es esta mierda de estar pateando traseros literarios. Tenés que venir a colocar en su sitio a ese atajo de mojigatos que repiten como el Buky la misma canción navideña. Mientras conversamos, miles de pensamientos se agolparon, y a pesar de cierta alegría que en la naturaleza misma de los poetas del Grado Cero es indistinta, un aire raro trotaba entre las hojas. La pobre boina quemada había sido encerrada en una bolsa plástica amarilla de supermercado, pocos asistieron a su muerte y talvez sólo fue una excusa para la bebiata, pero ella era de alguna manera esa parte atroz de mi existencia. Sabía exactamente el peso de esa renuncia, de ese parricidio del que nunca quiero se diga que fue un acto suicida porque sólo fue un poco de hilos, una pelusa en ovillo mordiendo el fuego que nunca tuvo mi cráneo. Tengo, y creo que los poetas del Grado Cero tenemos, la plena conciencia que a la poesía desde hace mucho tiempo la mataron los falsos, las ratas publicitarias, los marchitos blasfemos que escondieron a Cardona Bulnes e ignoraron a Merren, los que intentaron apagar la voz pusilánime y divina de las moscas.

No hemos dicho nada aún, y las cenizas están frescas, pero confieso que en algún momento el olor quemado sabía a carne de musa y de algún modo escuchamos un campanazo de lujurioso silencio. Hacer poesía no cuesta. Lo que cuesta es vivir.




A eso huele la poesía cuando muere



Nelson Ordóñez


El prometido día de la quema de la boina había llegado. Quizás para algunos lectores, un hecho personal, o apenas grupal, carezca de mayor interés; pero al fin y al cabo los hechos importantes de la vida o de la historia (permítanme el atrevimiento y la esperanza) son hechos casi íntimos. ¿Cuántas personas asistieron a la última cena? ¿Cuántas personas presenciaron el asesinato de Julio César? ¿Cuántas personas dirigían el proyecto Manhattan? Alguien dijo por ahí que cuanta menos gente asiste a un evento mayor es el impacto. Quizás en nuestro subconsciente hacemos este collage con esa idea. Si no es así, por lo menos esperamos que algún día (digamos dentro de cincuenta años) seamos el tema de conversación en el preludio de una borrachera entre huérfanos de poesía.

Pudimos haber quemado nuestros propios poemas o los poemas de poetas muertos que más detestamos. O mejor aún, los poemas de los poetas de la capital, pero decidimos quemar una boina. La boina era como el pomo de una urna griega donde descansan las cenizas de un bardo eunuco. Si el poeta va contenido entre sus zapatos y su boina, la quema de la boina vendría a ser una especie de liberación. Como romper el cordón umbilical y dejar que el líquido amniótico se fuese flotando, o simplemente se derramase, sobre la tierra no tan baldía.

De los variados detalles de la quema, recuerdo parcialmente la larga conversación que mantuvimos Jorge, Darío y yo después de la quema. La única cifra perfecta es el cero que remite a la nada, cabrones; las demás cifras describen falacias, aproximaciones, abstracciones de loco o filósofo, decía. Yo miraba hacia el fondo, donde la ciudad se adivinaba por el contorno de sus luces. Darío lo escuchaba silencioso, como si escuchase a una estatua abandonada entre una arboleda. Sólo matando a la poesía se puede hacer poesía, cabrones. Lo que aquí hemos hecho es histórico, cabrones. Yo seguía viendo la ciudad, sonriendo y asintiendo a lo que decía Jorge. El parricidio es la primera vocación de un poeta. ¡Muerte a la literatura y su meta relato de Jirafas! Yo pensaba qué putas es un meta relato y por qué de jirafas. Lo del meta relato me quedaba más o menos claro. ¿Un relato sobre un relato…? ¿ o un relato que va mas allá de un relato? ¿O una mentira sobre una mentira? Darío bebía y miraba a Jorge como si pensase que un meta relato de jirafas fuese una fábula donde los personajes son seres humanos o una fábula sin personajes o una fábula donde la fábula es ausente o larga y tediosa como el cuello de una jirafa. 

A estas alturas Jorge comenzaba a mover con vehemencia los brazos, como si el peso de tal discurso lo obligase a tensar los brazos. Yo le pregunté por el meta relato de jirafas. Jorge se largó hablando de los formalistas rusos y de las jirafas. Habló de la estructura de la poesía, de planos semánticos y fónicos, que remitían a lo mismo. La jirafa es un animal de voz inútil como la poesía. ¿Como así?, preguntamos al unísono. La jirafa tiene un cuello larguísimo y cuerdas vocales iguales… pero es un animal mudo, tan mudo como la poesía que se ha hecho siempre, cabrones. Yo se los enfatizo, la poesía tiene la voz de jirafa, cabrones. Ya no podía pensar muy claro. Imaginaba manadas de jirafas pastando y corriendo en ngoro ngoro, manadas de jirafas ramoneando y al mismo tiempo pensaba en toda los poetas del mundo ramoneando versos y versos de poesía lírica o versos y versos de poesía coloquial. 

Darío hablaba de poesía emo y de emosexualidad. Yo creo que hablaba de sencillez en la poesía y Jorge me decía que yo hacía lecturas etnográficas y yo no se que es la etnografía, pero sentía que me acusaba de algo grave. Luego Jorge dijo que la botella de ron era una clepsidra, y decía pásenme la clepsidra, acabemos con la clepsidra o con la clepsidra acabamos nosotros también. La poesía emo no es la nada, es la confusión. Recitáme un poema emo, le dije a Darío. Y Darío dijo que la poesía emo todavía no existía. Es como la poesía del grado cero, interrumpió Jorge; una estructura ausente. Pero yo les puedo asegurar, cabrones, es una estructura ausente pero monumental. Monumental como las bases de la gran pirámide. 

El resto es bien confuso. Alguien estaba cantando. Jorge se fue detrás de unos matorrales y Darío, de egoísta, se fue al frente del carro a fumar mota. Yo ya no pensaba en la muerte de la poesía o al menos eso pienso ahora. En un último arranque tomé un poquito de cenizas de la boina, las mezclé con mi trago y lo bebí. Jorge regresaba de los matorrales. Sentí un olor a mota y mierda fresca. Jorge olisqueó lo mismo y mientras se abrochaba la faja dijo: a eso huele la poesía cuando muere.



¡Hagamos algo, man! Quememos esa boina.



Gustavo Campos

Ciudad de los zorzales, 14 de marzo de 2008. Murió la pobre musa fea de Yorch. El cabrón nos dijo que iba a quemarla, pero nadie le creyó. La mató el cabronísimo este como si tal asesinato contribuyera a la imagen de los Grado Cero. Y lo peor de todo, lo peor de todo es que todos sus amigos contribuimos. A saber en qué momento nos convenció de ayudarlo, seguramente fue cuando bebimos donde Meches y después compramos el ron pleito. Yorch me llamó por teléfono y me dijo que dentro de unos minutos iba pasar Nelson por mí, que andaba pidiéndole permiso a la mamá de Darío para llevarlo a su casa. Dije que estaba bien, que mientras me estaba echando unas cervecitas en la pulpería de mi hermano con una amiga que tiene buen culo, como de ballena, pero que tiene una carita muy de zorra, antes no la tenía y su cuerpo era esbelto. Ratito después me llamó Nelson y me preguntó si ya me había llamado Yorch, le dije que sí, que esperábamos la llamada de Mario porque había dicho que se iba a incorporar en la chupa y en la quema de la musa de Yorch. Era 14 de marzo y Yorch cumplía años. Yo seguí bebiendo Salva Vidas y tomándome fotos con mi amiga Melissa. Ya andaba medio tocado y hasta le di un beso en la boca. No se enojó, pero evitó los siguientes besos que conseguí darle en sus despistes, ella también andaba a verga. Y mis otros amigos querían repetir los besos con ella pero no se dejó, tan puta no es. Llegó Nelson y pitó. Darío venía con él. Fui al pick-up y los invité a tomarse una cerveza conmigo, sólo una. No quisieron. Mierdas, no ruego. Maje, no puedo, aquel maje ya ratos nos está esperando, tenemos que ir a quemar esa mierda. Sólo una, qué te cuesta tomarte una cerveza, después nos vamos. No maje, yo me voy, si te querés quedar es tu pedo. Coman mierda pues. Y seguí bebiendo. Después me fui al billar con unos amigos. No sé por qué putas fui si mis vicios sólo son húmedos: mujeres y cervezas y cualquier otro trago, el que sea, con tal que me ponga a verga y me tranquilice todo el estrés que acumulo en el trabajo de mierda ese en el que estoy, donde han mutilado mi espíritu. Yo antes era lo más parecido a un mendigo, lo dijo Cioran y lo digo yo. El trabajo es una maldición de la señorita Dios, “vas a trabajar porque sabés que Eva está desnuda y porque ya te la pisaste y yo la quería para mí”. Como si nadie supiera que el cabrón de Dios se la pasa cambiando de formas y de nombres en todas las civilizaciones, se la tira de inocente y decoroso y dejó a uno de sus patriarcas reproducirse con sus hijas e hijos para continuar con su estirpe. En una época anduvo disfrazado de Zeus y de toro fornicario. Volviendo al billar, encontré a mis hermanos y a unos amigos. Seguí bebiendo mientras ellos jugaban. Pagué en la rockola 30 canciones y las marqué, música vieja, nada de Pink Floyd ni de The Doors, o de Black Sabbath, ya me tienen a verga esos hijosdeputa que creen que esa música debe de gustar siempre en cualquier lugar, son pose, tengo un amigo que le aprendió la pose a otro amigo que se jué para España. Sólo rock, sólo rock, me pela la punta de la verga el rock. Sonó el Piporro y José Alfredo Jiménez, marqué “La cruda” como 6 veces, de Dyango y de Nino Bravo, de Chente y de Bronco, de Marisela y de Caifanes, de Jarabe de Palo y de Depeche Mode, entre muchas otras. Eran como las 11 de la noche y me llamó Yorch. Y siguieron llamándome Nelson y Yorch. Y siguieron llamándome. Yo bebía y escuchaba mis canciones de ese día como las del Bukis y hablaba con mi hermano. Me llamaban Nelson y Yorch y les decía que no jodieran, que con quien andaba envergado era con Nelson que no quiso quedarse ni pija a tomarse una cerveza conmigo mientras nos íbamos a quemar a la musa gris de Yorch. Puta, Gustavo, no sea así, yo quiero que compartamos todos como Poetas del Grado Cero que somos, dígame dónde está. Estoy en el billar. Puta, no joda, nosotros estamos en la montaña quemando esta mierda, viera que pija de show. Otra llamada. Esta mierda está pijuda, Gustavo. Quemamos la poesía. El humo de esa boina gris se quemaba y gemía a humos, su metarrelato de jirafas ascendía hasta el cielo pidiendo auxilio, el humo era su cuello y la mudez el cielo. Véngase no joda. No voy a ir, estoy chupando. Después pedí hablar con el cipote, Darío, y le decía que debía aprender a chupar en estancos, que qué era esa mierda de andar freseando y tirándoselas de niños bonitos, que ni verga, que hay que beber en cualquier parte, poner la rockola y seguir bebiendo. Y seguí dándole consejos de borracho sobre borracherías al pobre cipote. Llamé a Junnior y le dije lo mismo. Después nos fuimos con mis amigos y primos y hermanos al karaoke y cantamos. Después nos fuimos donde Lupe a comer baleadas, tenían hambre mis primos y hermanos, pero les dije que con una condición, que después nos fuéramos a Cocktail a visitar a mi novia. Pedro me dijo que sí, que él quería amanecer bebiendo conmigo, lo mismo dijo un hermano y ya eran casi las 4 de la mañana. Me llamó nuevamente Yorch y me preguntó dónde estaba, le dije que en la tercera avenida, por la 14 calle, comiendo baleadas. Ya vamos para allá, Gustavo, no se mueva, que ya quemamos esta mierda. Y recuerde que es mi cumpleaños. Muy bien, le dije. Llegaron. Nelson que ni se me acerque, le dije a Yorch, le di un abrazo al ahora huraño Yorch y le dije que disculpara, que él sabía muy bien que yo quería quemar esa mierda, que desde el año pasado estaba muerta la poesía y que debíamos enterrarla de una vez por todas. Mire, Gustavo, usted…bueno, mejor me voy a la verga, les dije. Me fui. Pero antes le regalé mis baleadas a Yorch. Y me fui a la verga. Me llamaron por phone, yo quería visitar a mi novia de Cocktail y seguí caminando por las avenidas poco alumbradas de la avenida los Leones y del Barrio El Centro. Seguí caminando y recibí llamadas, les dije que comieran mierda, que ya me había ido, llamadas del cipote y de Nelson, llamadas de Pedro y de Luis, llamadas de Yorch y de mis hermanos y primos así que decidí apagar el cel. Seguí caminando y llegué a la primera calle a buscar a Sandrita, compré condones y pensé ir a visitar a mi novia. No seás maje, Gustavo, no seás maje, no gastés el poco pistillo que ganás en ese trabajo de mierda, mejor andate a la casa y tomé taxi y me fui a casa. Casi gasto 500 pesos en motel y puta, más, porque el motel vale 300 lempiras y las putas que siempre dicen no hacerlo anal, sólo vaginal y oral, “incluye posiciones”, rondaba los 400 lempiras más el taxi, ni verga. Me fui a casa. La boina había sido quemada y guardada en una bolsa de plástico. Debía levantarme temprano e ir a trabajar. Pero antes debía dormir y para dormirme debía masturbarme, siempre me gusta hacerlo cuando ando a verga, claro, si no consigo con quien coger, y duermo desnudo, siempre duermo desnudo cuando ando a verga, será porque mi verga requiere mucha atención y se la pasa tensa, más que yo, y roja porque mi glande se infla de tinta… Sabía que no iba levantarme temprano, el trabajo para otros.





Sólo soy un pendejo que no tiene nada bueno que decir.

Darío Cálix


Me pasó recogiendo Nelson tipo ocho o nueve de la noche por mi casa.
-Dijo Jorge que hoy le prendía fuego a la boina -me dijo. 
-Ah -le dije yo. 
-Sí. Ahorita vamos a traer al Gustavo y luego pasamos por Jorge.
-Bueno.

Nelson fue hablando en el camino acerca de un curso de mandarín al que se había metido, el cual resultó ser una estafa. Me contó que no había aprendido nada más que un par de palabras pero que eso sí, había un par de culitos decentes en la clase. Me dio risa y me pregunté para qué putas querría alguien estudiar mandarín acá. Nelson procedió a hablarme de Li Po y Po Chu-I, autores que yo no había leído todavía. Yo estaba pensando en lo divertido que sería llegar a un restaurante chino y hacer la orden en mandarín y en dónde diablos podría encontrar algo de Li Po y Po Chu-I. Pues sí, hay que leer, hay que leer, pero, sobre todo, hay que leer, pendejos.

Encontramos a Gustavo en la pulpería donde siempre está, bebiendo como siempre:

-Bájense, échense una cerveza aquí conmigo. Estoy aquí con unos amigos y una amiga muy bonita, además. 

Miré a la tal amiga y sí, nada mal. 

-Vámonos vo, Jorge ya hace ratos nos está esperando -le dijo Nelson. 

-¿Puta y yo qué? ¿No se pueden bajar un momento a compartir aquí conmigo? 

-Ni pija hombe, vámonos. Es el cumpleaños de Jorge, nos está esperando. 

-Adiós entonces. Que les vaya bien.


Que no joda Gustavo. Nos despedimos del borracho y nos reunimos con Jorge. Le explicamos que Gustavo andaba bebido ya y que nos había corrido (aunque hasta el día de hoy no lo acepte el hijueputa). Le habló Jorge y le salió con la misma mierda. Que no joda Gustavo. Nelson empezó a hablar de los cuentos de Rulfo y de Pedro Páramo con Jorge. Yo como no había leído a Rulfo todavía, me quedé callado escuchando. Rara vez sé de qué o de quién putas hablan estos majes, así que me limito a escuchar y a tomar nota. Bueno, la verdad es que rara vez digo algo. Jorge me dijo una vez que yo era bien extraño. Supongo que lo soy. No sé, sólo soy un pendejo que no tiene nada bueno que decir.

En fin, nos fuimos a comprar las bebidas. Una botella de ron para el cumpleañero, faltaba más. Llevemos unas cervezas también, dijo Nelson. Me preguntó de cuál prefería y le contesté que me daba igual, si yo con dos tragos de lo que putas sea ya ando a verga. Pero llevemos cigarros, les dije, que para fumar si soy perro.

¿Y para dónde vamos? ¡A la montaña a quemar esa mierda! En el trayecto recordé aquellos días nada lejanos en los que fantaseaba con conocer escritores, cuando no conocía a nadie que escribiera y cuando nadie sabia que yo escribía poemas (¿cómo y a cuál de mis pocos amigos les iba a estar contando semejante culerada?). Ahora que he conocido a varios puedo decir que no tienen nada de especial. La literatura misma no es tan especial que digamos. Todo esto ha perdido el encanto, y me alegro de que así sea. 

Pues llegamos finalmente a un buen sitio, con una hermosa vista de la ciudad, bebimos un buen rato hasta que le llegó la hora a la boina. La colocamos en una roca y le dimos fuego, pero la muy puta no quería prender. Agarré unos platos de plástico que estaban tirados ahí y con eso sí empezó a quemarse. Nos reímos, brindamos, celebramos en torno a la boina que yacía en llamas. Así hasta que se apagó, el último signo de la poesía. Adiós, pues. Encendí un cigarro y mire alrededor, no había nadie más aparte de nosotros. Ni un sólo testigo del absurdo…

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