martes, 10 de febrero de 2009

Una muestra de poesía inglesa

Paul Gauguin: "¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?" (1897). Boston.


Volcán


Joyce le temía a los relámpagos,
pero los leones rugieron durante su sepelio
desde el zoológico de Zurich.
¿Era Zurich o Trieste?
No importa.
Éstas son leyendas, en tantosea leyenda la muerte de Joyce,
o el fuerte rumor de que Conrad
ha muerto, y que Victoria es irónica.
Al borde del nocturno horizonte
desde esta casa de playa en el acantilado,
pueden mirarse ahora, hasta el amanecer,
dos resplandores que llegan —millas mar adentro—
desde las plataformas petroleras;
se asemejan al resplandor de un puro
o al resplandor del volcán
al final de Victoria.
Uno podría abandonar la escritura
por las señales lentamente ardiendo
de lo grandioso, y ser, en cambio,
su ideal lector, reflexivo,voraz, haciendo que el amor por las obras maestras
sea superior al intentode repetirlas o superarlas,
y convertirse en el mejor lector del mundo.
Por lo menos esto requiere asombro,
lgo que se ha perdido en nuestro tiempo;
demasiada gente que lo ha visto todo,
demasiada gente capaz de predecir,
demasiados que se niegan a penetrar el silencio
de la victoria, la indolenciaque consume hasta la médula,
demasiados que no son otra cosa
que ceniza erguida, como el cigarro,
demasiados que dan por sentado el relámpago.
¡Qué tan común es el relámpago,
qué tan perdidos están los leviatanes
que dejamos de buscar
!Había gigantes en aquellos días.
En aquellos días se hacían buenos puros.
Debo leer con más cuidado.


Derek Walcott (Castries, Santa Lucía, Antillas Menores, 1930)Versión de Óscar Paúl Castro Montes


Proverbios del Infierno
(Versión de Xavier Villaurrutia)


En tiempo de siembra, aprende; en tiempo de cosecha, enseña; en invierno, goza.
Conduce tu carro y tu arado sobre los huesos de los muertos.
El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría.
La Prudencia es una vieja solterona rica y fea cortejada por la Incapacidad.
Aquel que desea pero no obra, engendra peste.
Los únicos alimentos sanos son aquellos que no prende la red ni el cepo.
Ningún pájaro se eleva demasiado alto si vuela con sus propias alas.
El acto más sublime consiste en colocar otro delante de ti.
Si el necio persistiera en su necedad, se volvería sabio.
La cólera del león es la sabiduría de Dios.
La desnudez de la mujer es la obra de Dios.
El rugido de los leones, el aullido de los lobos,
la cólera del mar tempestuoso y la espada destructora
son porciones de eternidad demasiado grandes para el ojo del hombre.

La rata, el ratón, la zorra y el conejo cuidan de las raíces; el león, el tigre, el caballo, el elefante, de los frutos.
Un pensamiento llena de inmensidad.
La zorra se provee, pero Dios provee al león.
Piensa por la mañana, obra al mediodía, come por la tarde y duerme por la noche.
Aquel que ha permitido que abuses de él, te conoce.
Los tigres de la cólera son más sabios que los caballos del saber.
Nunca sabrás lo que es suficiente, a condición de que sepas lo que es más que suficiente.
Escucha el reproche de los necios: es un título real.
Crear una sola flor es trabajo de siglos.
Exuberancia es belleza.
¡Bastante! o más aún, demasiado.

William Blake (Londres,1757-1827), El matrimonio del Cielo y del Infierno. Traducción de Xavier Villaurrutia . Ediciones del Mediodía, Buenos Aires, 1968


El sueño de Nabucodonosor


Antes de irse a vivir con búhos y murciélagos
Nabucodonosor tuvo un sueño feo,
peor que el de un ama de casa que piensa que su pomada
produjo una naumaquia de ratones y ratas.
A tal punto asustado, mandó a llamar al Buen Rey de los Gatos,
ese joven Daniel, quien de inmediato lo despojó del brillo
de sus ojos, y dijo "No creo que tu cetro
valga más que una paja - tu almohadón es un viejo felpudo".
Un horrible sueño bastante parecido
ha embrujado hace un tiempo a una valiente multitud
de cabezas huecas y papanatas - nos dicen
que cualquier Daniel aunque sea un borracho
logra que empalidezcan los labios mentirosos
arrastrando estas sílabas:
"Son ustedes esa testa de Oro".

Al ver los mármoles de Elgin


Mi espíritu está débil; mortalidad
me aplasta como un sueño indeseado,
y cada cumbre y abismo que imagino
de la divina providencia me dice
que debo morir como un águila enferma
mirando hacia el cielo.
Pero es un lujo amable el lamentar
que no tenga que guardarme de los vientos grises
y fríos cuando la mañana abre sus ojos.
Tales oscuramente concebidas glorias del cerebro
llevan al corazón a una indescriptible rabia;
y estas maravillas lo sumen en un dolor perplejo
en el que se mezclan la grandeza griega con el rudo
trabajo del tiempo antiguo en un ondulante dominio.
El sol, la sombra de una grandeza.


John Keats (Londres, 1795-Roma, 1821)Versión de J. Aulicino


El nombre de los gatos


El nombre de los gatos es una cuestión delicada,
no es tan sólo uno de esos juegos para un día feriado;
ustedes pensarán que estoy loco como un sombrerero
cuando afirmo: un gato debe tener TRES NOMBRES DISTINTOS.
rimero, está el nombre que la familia emplea a diario,
como Pedro, Augusto, Alonso, Jaime,
como Víctor o Jonás, Jorge o Bill Baily,
todos ellos sensatos nombres cotidianos.
Si suponéis que suenan mejor, existen nombres más fantasiosos,
algunos para los caballeros, otros para las damas,
como Platón, Admeto, Electra, Deméter,
sensatos nombres cotidianos también estos.
Pero yo sostengo que un gato debe tener un nombre exclusivamente de él,
n nombre especial y más digno,
e otro modo, ¿cómo podría mantener erguida su cola,
o alardear de sus bigotes, o alimentar su orgullo?
Nombres de esa clase yo puedo sugerirles muchos
Mankustrap, Quaxo, o Coricopat,
Bombalurina, o bien Jellylorum,
nombres que nunca pertenecen a más de un gato.
Pero además de esos nombres todavía queda otro,
el nombre que jamás lograremos adivinar,
el nombre que ninguna búsqueda humana puede descubrir
pero que EL GATO CONOCE, aunque nunca habrá de confesarlo.
Cuando sorprendan a un gato en intensa meditación,
la causa, les advierto, es siempre la misma:
su mente está entregada a la contemplación
del pensamiento, del pensamiento, del pensamiento de su nombre,
su inefable, efable,
efinefable,
profundo e inescrutable Nombre único.


T. S. Eliot (St. Louis,1888-Londres, 1965). Alberto Girri, Versiones, Corregidor, Buenos Aires, 1974.