viernes, 13 de marzo de 2009

Dos sonetos de Jorge Martínez Mejía

Orfeo y Eurídice


En busca de Eurídice



En su cuarto, extrañamente, Orfeo

se ha visto antes del fatal descuido,
desnudo, distinto, pero más perdido,

como otro, mirando a Himeneo.


Luctuoso, flaco, de sombras adornado;

una luz en sus ojos ha encendido,

su voz triste, que Eco ha recogido,

vuelve al cuarto mortal, desvencijado.


Su mano, ayer diestra para el arte,

filosa hoja posa, amenazante,

oprimida con fuerza entre los dedos.


Feliz paseaba con ella por la tarde;

sin ilusión después la vio alejarse
y decidió hundirse el escalpelo.


Jamás volver a verme

Con mis pobres ojos de poeta veo la muerte
y su ardoroso fuego disfrazado con la vida,
veo la pompa de la rosa estremecida
y el mágico momento del amor oscurecerse.

Mi canto soñó cantar eternamente
una canción que apenas será oída,
voz en medio del griterío fenecida,
miserable y soberbia, ilusa, repugnante.

Hoy un rictus mortal ha de cerrar mi boca,
pero algo ha de quedar de mi voz viva,
quizás la tenaz presencia de la muerte,

o el inútil afán de ver mi pose altiva.
Triste destino: reírme de mi cara loca
y finalmente, jamás volver a verme.