sábado, 21 de marzo de 2009

Tres poemas oscuros de la modernidad

Magritte: Interdite

T.S. Elliot


East Cocker
(De Cuatro Cuartetos)


En mi comienzo está mi fin,
en sucesión se levantan y caen casas,
se desmoronan, se extienden, se las retira, se las destruye,
se las restaura, o en su lugar hay un campo abierto,
o una fábrica, o una circunvalación.
Vieja piedra para edificio nuevo, vieja madera para hogueras nuevas,
viejas hogueras para cenizas, y cenizas para la tierra,
que ya es carne, piel y heces, hueso de hombre y animal,
tallo y hoja de maíz. Las casas viven y mueren,
hay un tiempo para construir y un tiempo para vivir y engendrar,
y un tiempo para que el viento rompa el cristal desprendido
y agite las tablas del suelo donde trota el ratón de campo,
y agite el tapiz hecho jirones con un lema silencioso.
En mi comienzo está mi fin.

Ahora cae la luz a través del campo abierto,
dejando la hundida vereda tapada con ramas,
oscura en la tarde, donde uno se apoya contra un lado cuando pasa un carro,
y la vereda hundida insiste en la dirección hacia la aldea,
hipnotizada en el calor eléctrico.
En cálida neblina, la sofocante luz es absorbida,
no refractada, por piedra gris, las dalias duermen en el silencio vacío, esperad el búho tempranero (...)
Llevando el compás, marcando el ritmo en su danzar,
como en su vivir en las estaciones vivas,
el tiempo de las estaciones y las constelaciones,
el tiempo de ordeñar y el tiempo de segar,
el tiempo de aparearse hombre y mujer
y el de los animales, pies subiendo y bajado,
comiendo y bebiendo, estiércol y muerte.
La aurora apunta, y otro día se prepara para el calor y el silencio.
Mar adentro el viento de la aurora se arruga y resbala.
Estoy aquí, o allí, o en otro lugar, en mi comienzo.
Y rígidas, fuertes, las tías Amelias;
Y luego cojeando, cojeando la novia.

John Keats

Oda a un Ruiseñor

Me duele el corazón y un pesado letargo aflige
a mis sentidos,
tal si hubiera bebido cicuta o apurado un opiato
hace sólo un instante y me hubiera sumido en el Leteo:
y esto no es porque tenga envidia de tu suerte,
sino porque feliz me siento con tu dicha cuando,
ligera dríade alada de los árboles,
en algún melodioso lugar de verdes
hayas e innumerables sombras brota en el estío tu canto enajenado.
¡Oh, si un trago de vino largo tiempo enfriado
en las profundas cuevas de la tierra que supiera a
Flora y a la verde campiña, canciones provenzales,
sol, danza y regocijo; oh, si una copa de caliente sur,
llena de la mismísima, ruborosa Hipocrene,
ensartadas burbujas titilando en los bordes,
purpúrea la boca: si pudiera beber y abandonar el mundo inadvertido
y junto a ti perderme por el oscuro bosque!
Perderme a lo lejos, deshacerme,
olvidar que entre las hojas tú nunca has conocido la inquietud,
el cansancio y la fiebre aquí,
donde los hombres tan sólo se lamentan y tiemblan de parálisis postreras,
tristes canas, donde crecen los jóvenes como espectros y mueren,
donde aun el pensamiento se llena de tristeza y de desesperanzas,
donde ni la Belleza puede salvaguardar sus luminosos ojos
por los que el nuevo amor perece sin mañana.
¡Lejos! ¡Muy lejos! He de volar hacia ti.
No me conducirán leopardos de Baco sino unas invisibles y poéticas alas;
aunque torpe y confusa se retrase mi mente:
¡ya estoy contigo! Suave es la noche y tal vez en su trono aparezca
la luna circundada de mágicas estrellas.
Pero aquí no hay luz,
salvo la que acompaña desde el cielo el soplo de la brisa cruzando
el oscuro verdor y veredas de musgo.
No puedo ver qué flores hay a mis pies ni el blando incienso suspendido en las ramas,
pero en la embalsamada oscuridad presiento
cada uno de los dones con los que la estación dota a la hierba,
los árboles silvestres, la espesura: pastoril eglantina
y blanco espino, violetas marcesibles recubiertas de hojas
y el primer nuevo brote de mediados de mayo,
la rosa del almizcle rociada de vino, morada rumorosa de moscas
en verano.
A oscuras escucho.
Y en más de una ocasión he amado el alivio que depara la muerte
invocándola con ternura en versos meditados para que disipara en el aire mi aliento.
Ahora más que nunca morir parece dulce,
dejar de existir sin pena a medianoche
¡mientras se te derrama afuera el alma en semejante éxtasis!
Seguiría tu canto y te habría escuchado yo en vano:
a tu requiem conviene un pedazo de tierra.
¡No conoces la muerte, Pájaro inmortal!
No te hollará caído generación hambrienta.
La voz que ahora escucho mientras pasa la noche fue oída
en otros tiempos por reyes y bufones;
tal vez fuera este mismo canto el que una senda encontró en el triste corazón de Ruth,
cuando enferma de añoranza, se sumía en el llanto rodeada de trigos extranjeros,
la misma que otras veces ha encantado mágicas ventanas
que se abren a peligrosos mares en prodigiosas tierras ya olvidadas.
¡Olvidadas! El mismo tañer de esta palabra me devuelve,
ya lejos de ti, a mi soledad. ¡Adiós!
La Fantasía no consigue engañarnos tanto,
duende falaz, como dice la fama. ¡Adiós!
Tu lastimero himno se desvanece al pasar por los prados vecinos,
el tranquilo arroyo y la colina; ahora es enterrado en los calveros
del cercano valle.
¿He soñado despierto o ha sido una visión?
Ha volado la música.
¿Estoy despierto o duermo?

Charles Baudelaire
Recogimiento


Sé sabia, Pena mía, y permanece en calma.
Reclamabas la Noche; ya desciende,
hela aquí: Envuelve a la ciudad una atmósfera oscura
A unos la paz trayendo y a los más la zozobra.
Mientras que la gran masa de los viles mortales,
Del Placer bajo el látigo, ese verdugo impávido,
Cosecha sinsabores en la fiesta servil,
Ofréceme tu mano, Pena mía, ven aquí Lejos de ellos.
Mira balancearse los años transcurridos
Con vestidos ridículos, sobre las balaustradas
Del cielo; la nostalgia burlona ya emerge de las aguas;
Descansa bajo un arco el moribundo sol
Y, tal enorme sudario rezagado, hacia
Oriente, Oye, querida, oye cómo avanza la Noche.