lunes, 31 de octubre de 2011

El mundo es un puñado de polvo. Unas palabras





Por Omar Pinto


En los últimos tiempos, compitiendo con los medios audiovisuales de comunicación masiva, la literatura ha intentado con variadas estrategias ampliar su radio de acción para alcanzar un destinatario cultural evasivo y escéptico.
Los cambios más notorios del discurso literario se verifican, por una parte, en el nivel compositivo, con la incorporación de una serie de procedimientos que vinculan la literatura a formas provenientes de campos culturales afines. Así, por ejemplo, la vigorización  de los rasgos como el humor, la parodia o la ironía, el uso creciente de recursos cinematográficos o elementos tomados del canto popular o el folclore, los aportes de la antropología y, en general, de las ciencias sociales, la apelación a las técnicas del collage, el folletín y la novela detectivesca, son algunas de las vertientes que integran hoy en día el repertorio cada vez más diversificado de la literatura de América Latina.

Pero el discurso literario responde asimismo, concomitantemente, a requerimientos que se sitúan en el nivel de las necesidades expresivas de los diversos sectores que componen la sociedad civil. En este sentido la literatura ha recogido el impacto de una serie de hechos que afectan la dinámica social o resiste el autoritarismo produciendo, a nivel literario, formas representativas de la lucha popular que reavivan modalidades tales como la crónica, el diario, la biografía, etc.

Por otro lado, minorías sexuales, ideológicas o raciales penetran a su vez los modelos institucionalizados de representación literaria, incorporando perspectivas y modalidades expresivas que dan lugar a un discurso transgresivo e innovador que desafía las formas canónicas y muchos de los supuestos ideológicos de la novela burguesa, romántica o realista.

En otras palabras, los cambios del nivel literario responden aunque, no mecánicamente a la activación de sectores sociales tradicionalmente marginados de los centros de poder y apenas participativos, en muchos casos, en los procesos de decisión política y cultural. La presencia social y la concomitante definición de su perfil ideológico en relación a las demás fuerzas sociales impulsa el proceso de apropiación y difusión cultural que tradicionalmente sirvieron como reproductores de valores hegemónicos y fueron considerados privativos de ”la alta cultura”. Los modelos de la lírica, el drama y la narrativa burguesa se hacen así, en muchos casos, portavoces de un discurso reivindicativo, documentalista, “artesanal”, a través del cual se identifica un determinado agente social, se exhibe una problemática específica, se canalizan reclamos, frustraciones y expectativas, articulando de una manera nueva ficción e historia, imaginación y verdad.

De este modo,  la literatura ha visto estallar sus fronteras genéricas y las restricciones canónicas han ido cediendo para dar  cabida a una producción que ha desafiado una y otra vez, las clasificaciones existentes, Sin que esto implique un juicio definitivo sobre los grados y efectos reales de este proceso que algunos califican como de democratización cultural. Puede afirmarse que los cambios operados han logrado por lo menos proponer un cuerpo heterodoxo alternativo con respecto al constituido por los grandes nombres de nuestra historiografía literaria, dejando en evidencia los criterios excluyentes de selección y clasificación en que se han basado tradicionalmente esas historias, repertorios del gusto dominante  de nuestras  burguesías  ilustradas.

La producción actual, después del golpe de junio de dos mil nueve, incorpora voces problemáticas y estructuras textuales que exigen aproximaciones críticas amplias e innovadoras. Nos enfrenta, en definitiva, a un problema de conocimiento que pone en suspenso categorías epistemiológicas, surgidas dentro del marco de la historiografía liberal y consagradas disciplinariamente junto a los materiales que constituían su objeto de estudio, por el positivismo.

“El mundo es un puñado de polvo” es una forma de producción literaria que se define por la fuente referencial del discurso poético. El texto crea una narrativa que interioriza al lector de los pormenores de una intrahistoria en la que se interrelacionan “vidas mínimas” en acciones que confluyen y se entrelazan hasta dar lugar a hechos significativos de trascendencia colectiva. En este libro, Jorge Martínez Mejía, con técnica novelística, proporciona al lector una visión íntima de lo visto, oído y estudiado, donde los aspectos más sutiles y valiosos de las relaciones, en este caso, interpersonales, familiares, se ponen al descubierto.

El libro de Martínez no apela a la representatividad de un sujeto que confirme, con las particularidades de una historia previsible, una experiencia colectiva ya normativizada. Busca más bien, llenar los vacíos de conocimiento histórico y  antropológico de un sector de la sociedad hondureña que combina excepcionalmente diversas líneas de un protagonismo social que permite demostrar algunas claves desde una privilegiada perspectiva de actor legítimo
El modelo discursivo confesional aparece redimensionado, donde la narración en primera persona busca transmitir un efecto de inmediatismo  que aumenta la verosimilitud. De hecho, Martínez indica que su objetivo es la transmisión no la “poiesis”. Es obvio, sin embargo, que la misma factura del texto dramatiza (camufla y manipula) la presencia autoral, creando una multifacética (literaria) simbiosis entre informante y entrevistados.

“El mundo es un puñado de polvo”, es una historia que involucra, hace visibles y les confiere un significado preciso a las pandillas, para desde ellos y a través de ellos, comenzar un principio de orientación en el horizonte.  Un libro articulado en torno a tres ejes fundamentales:
Un narrador en primera persona, es decir, un narrador testigo.

Un narrador testigo protagonista también de la historia narrada.
Una historia narrada cuya función consiste en desplegar ante el lector determinadas formas  de vida social y cultural definidas como prácticas de vida cotidiana y en una dimensión principal, por el modo específico de su inserción de poder dominante en la sociedad de que se trata.
La textualidad del libro de Martínez identifica, como se ve, el género discursivo del relato que el lector se prepara a leer: donde alguien con sus propias palabras (y sobre la base de sus propias experiencias o investigaciones), hace el relato y el retrato de una vida que no es la suya sino la de otro.

Sin duda alguna, el relato de Martínez es de origen oral y, además, es un relato “editado” por otro (como los son casi todos los que han ido construyendo el cuerpo de la narración testimonial de Latino América). Este libro invita al lector a leer como testimonio no solo la palabra dicha (su



forma, su contenido) sino también la identidad de quien la dice y, justamente la palabra que se nos dirige desde las páginas del mismo ofrece un narrador personaje y una narración que por sí mismas, por su propia forma o modo de presentarse instalan el paisaje de una ruina generalizada, ruina del sujeto, ruina del sistema cruel de la sociedad en que vivimos. Pero esta ruina no se cierra sobre sí misma, sigue siendo: desde su paisaje textual roto y desolado, por entre restos y fragmentos o a través de los intersticios, se abren a su lectura ricas figuras de sentido que no son sino figuras de una verdad de gran calidad iluminadora desde el punto de vista del saber sobre el mundo cultural y cotidiano moderno que habitamos; ellas le permiten al lector acceder a una imagen desgarradora del estado actual de la literatura moderna entendida como escritura de la lucidez del deseo utópico.

Los sujetos que Martínez enuncia presentan un rasgo esencial de identidad que lo pone en una relación de singularidad absoluta, y de ruptura total con los sujetos de los otros libros que tímidamente hablan de ello: se trata de un marero el que enuncia, sin embargo, comparte con otros rasgos de identidad social y alguna condiciones de enunciación. Es, por lo tanto, un excluido, un exclusión que comienza por darse bajo la forma de una marginalidad y de pobreza extrema: vive en las afueras, en los “bordos”, cinturones de miseria, habitando espacios imposibles de llamar casas, con su abuela, casi al aire libre, con utensilios básicos.

Desde el punto de vista del habla, un delirio el de Jorge Martínez a nivel sintagmático: las palabras elegidas son correctas en sí mismas, como formas léxicas, pero las combina  de acuerdo a un código a primera vista “salvaje”, una frontera en vacíos planos, entre ellos el plano del relato, la continuidad temporal da paso a la fragmentación y a la espacialidad de la vida cotidiana regida por la racionalidad burguesa, por la lógica de la mercancía.

Leer, pues, “El mundo es un puñado de polvo”, puesto en circulación  como libro literario por un autor de literatura, y destinado a receptores de literatura, y hacer la lectura en un momento de la historia de la modernidad como el nuestro, es tener, como lectores, el privilegio de participar en el despliegue inducido de una figura más de la verdad: la de que la auténtica literatura, hoy acosada por la seducción ya casi pornográfica del best seller, de la estética de la mercancía, es la que asume en plenitud la lengua del vulgo, y que este vulgo tal vez sea no sólo el único lenguaje verdadero, sino, por eso mismo, el lugar desde donde podemos empezar a articular una nueva verdad, la de otros relaciones humanas y sociales, una que rompa la lógica de la mercancía, de la racionalización de la vida cotidiana, de la estética disolvente (en términos éticos) del puro espectáculo.

Como forma híbrida, encabalgada entre historia y literatura, entre realidad e imaginación, “ El mundo es un puñado de polvo”, como testimonio, guarda un margen importante para la intervención del escritor, ese tercero incluido entre lector y personaje que es  al mismo tiempo narrador primario, actor parcial, testigo de parte.  Este libro testimonial, es pues, resultado de sucesivas reelaboraciones superpuestas en las que las subjetividades de autor y personajes se confunden como en ningún otro subgénero de la narrativa.


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Omar Pinto, nació en Trujillo, Colón el 29 de junio de 1952. Hijo de Alma Ordóñez y Armando Pinto, ya fallecidos. Estudió Literatura en La UNAH-VS. Su dedicación es el dibujo crítico y político y atender la Librería Caminante en la ciudad de San Pedro Sula.

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