sábado, 9 de febrero de 2008

Continúo en escena



Continúo en escena, cada vez más trivial y próximo a una verdad material en la que mi propia vida cambia. Quizás yo mismo sublimo mi pequeña historia de antihéroe y paradójicamente me acerco al desaparecimiento del poeta que he sido. Aquí no hay una escenografía, un proscenio, una candileja o una tramoya de donde pendan los proyectores para alumbrar a nadie. Aquí estoy yo solo y mi verdad. La ciudad es un sueño por el que he caminado sin rumbo, un ideal que no se realiza sino en el forcejeo de quienes la habitamos. Jamás saldremos de aquí, de esta envoltura de aire enrarecido y cada quien encarnará su papel aunque no quiera. Yo soy el mito, mi utopía, y no soy arquetipo de nada, y no obstante siento mi rostro convertido en la infame figura de Jorge Martínez Mejía que intenta liberarse de mí. Lo he escogido a él porque encarna perfectamente el rostro novelesco de un poeta que renuncia a su esencia, a su sueño. Jamás será un poeta liberado, demasiado bien le queda el papel y su apasionamiento lo ubica en el límite, en el extremo favorable para su interpretación. Su vehemencia, su sacrificio cotidiano, su posibilidad para profundizar en los secretos del arte, su habilidad con el lenguaje; todo lo eleva como mi candidato preferido. Cuando me he puesto a pensar en otro que tenga su perfil, su impasibilidad, su aire guerrillero, su tesón, me he turbado con deleite. Sólo él puede renunciar a lo que ama, a su dulcísima mater. En los entreactos conversa con sus amigos y su hermano y poco a poco va tejiendo la historia de su renuncia, va construyendo su propia leyenda, sus nuevas ilusiones de salirse de la época. Y la episteme se alza en su corte sincrónico y lo cruza y lo parte en dos y la verdad le pasa por encima. Somos demasiado débiles para conocer lo que hay más allá de los grandes relatos. Somos frágiles. Como la arcilla nos humedece la historia y la leyenda y cada cual juega su papel, su acto, y exhibe los hilos del único guión posible. Mi rostro de poeta se va desdibujando en la medida en que me adentro en la intimidad de Jorge Martínez Mejía, y su fuerza racional y su juego de matarse supone que hay un hombre detrás de ese nombre. Es necesario un acto para empezar una nueva escena, un acto de conciencia, una renuncia profunda, un olvido exacto, las palabras dichas con la precisión cirujana que rompan el último hilo de la historia. En el escenario, Jorge Martínez Mejía interpreta el mimo en que golpea el vaso de cristal donde sufre su encierro.


Gracias Super Cera Negra

Super Cero Lógico
Cristeva Dixit