jueves, 26 de junio de 2008

La puta asesinada

Foto: Brad Kim Composición de Duna


Por Jorge Martínez Mejía

Echada del envés, sin falda, tirada en el solar baldío, la puta asesinada. Anoche llovió y ningún ruido despertó a los perros. Vista desde antes, la puta ya era conocida. Usaba sus uñas pintadas, tenía estilo nervioso y se aplicaba para verse bonita. Sus baños, el agua cayéndole en pequeños buclos deslizados por el hombro, desnuda, sin vulgaridad, su cuerpo, su piel casi oscura, las líneas más blancas en los senos, las nalgas, el pequeño pubis rasurado con primor. El calor de la tarde, el portazo al salir, sus pasos, el polvo y los plásticos de la calle. La puta florece con un color natural y su boca exhala un aroma dulce, un hálito cálido y rosa sin marca registrada. La rockola de abajo no ha parado con esa clara ranchera norteña. Gira, regresa, se sienta otra vez y mira su hombro trigueño en el espejo. Es suave y joven. El calzoncito blanco de algodón y sus pliegues bellos. La rodilla y el pie. Han caído gruesos goterones toda la noche y su cuerpo fustigado aún guarda una metáfora, una preciosa imagen poética similar a la sangre. Limpia y muerta.