jueves, 20 de noviembre de 2008

Cómo crecen los literatos

Matisse

Por Jorge Martínez Mejía


Ya de noche, escondidas con humildad mis pertenencias ante la visita distinguida de las mujeres literato, a quienes he atendido con suma cortesía, con delicadeza, tal como procede, después que se han ido, me ha dicho Helen Umaña que le ha gustado mi actitud cordial. Helen lo observa todo con un silencio impecable. Lejos, en la misma noche, John Connolly canta una canción que suena popular.

-¿Quién canta? Me ha preguntado.
–John Connolly.
-Canta bien.
-Sí. Ahora está agradeciéndole a su amigo, a Javier Hernández. Siempre lo menciona.
-Me gusta este retiro.

Mientras busco un lugar donde sentarme, Helen mira hacia la hondonada, esta vez iluminada con una luz leve que la luna le ha dejado a la noche. Ya sentado en una desvencijada silla de tres patas, por la hondonada hemos visto pasar a Délmer López como un extraño buda postmoderno, con enorme mitra de color naranja. La luna se ha sorprendido y le ha enfocado. Al vernos en lo alto, Délmer ha hecho un saludo con la mano. Sin duda va a representar su papel al escenario.
Por el camino de enfrente, los amigos escritores con sentido de culpa han llegado y se han metido por entre los hilos de alambre de púas, a disfrutar la reunión que espontáneamente habíamos creado con Helen.

-¿Y la poesía? –Me ha preguntado uno de ellos.
-Ha muerto.
-¿No puede ser? ¡Yo quiero crecer como literato!
-Era un mito. Es difícil aceptarlo, pero es cierto. A mí, definitivamente, ya no me afecta, lo he descubierto y es más sano. La poesía no es. Era un mito.

Cuando he dicho esto, he observado que Helen me mira, no incrédula, sonriente, como perdonándome el comentario sincero.

Mi hija, que también ha llegado agitada, se ha sentado a mi lado. Después de abrazarla, le he pedido que se ponga mi bufanda verde, que se puede resfriar. Tiempo después, nos hemos ido al espectáculo, a ver cómo crecen los literatos.