sábado, 14 de febrero de 2009

Poesía Rusa

Tren nocturno entrando a San Petersburgo


Un prisionero

Estoy tras de las rejas en húmeda prisión.
Mi compañero triste, criado en cautiverio,
es un águila joven que sacude sus alas
y pica en mi ventana su sangrienta ración.

Luego la arroja y mira a través de los cristales
como si tramara lo mismo que yo
y me llama con su mirada y con su grito
como diciendo: “Huyamos... echemos a volar...

Somos pájaros libres: es hora, hermano, ya.
Volemos a las cumbres, más allá de las nubes;
allá donde se ve la ribera del mar
allá donde habitamos, tan sólo el viento y yo

Alexander Pushkin



Estancias


Cuando vago por calles tumultuosas,
cuando penetro en un templo colmado
o me siento entre jóvenes dementes,
me entrego a mis ensoñaciones.

Me digo: pasarán los años,
y cuántos de todos los que estamos aquí
descenderemos bajo la bóveda eterna,
y tal vez la hora de alguien está cercana ya.

Si miro a un roble solitario,
pienso: patriarca de los bosques,
sobrevivirás mi siglo, destinado al olvido,
como sobreviviste el siglo de mis padres ya.

Si acaricio a un niño dulce,
le digo: ¡Adiós! Te cedo mi sitio.
Para mí es tiempo ya de marcharme;
para ti, de florecer.

Suelo seguir con mi pensamiento
cada día y cada año
tratando de adivinar entre ellos
la cita de mi muerte por llegar.

¿Dónde el destino me dará la muerte?
¿En la batalla, en un viaje, entre las olas?
¿O el valle de la vecindad
recibirá mis restos fríos?

Aunque sea igual para el cuerpo insensible
el lugar donde se descomponga,
cerca del ámbito querido
me gustaría descansar.

Dejad que juegue la vida joven
a la puerta del sepulcro,
y que la naturaleza indiferente
luzca su hermosura eterna.

Boris Godunov


La vela

Una vela solitaria blanquea
en las brumas azules del mar.
¿Qué va buscando en el país lejano?

¿Qué dejó atrás, en la tierra natal?

Juegan las olas, el viento solloza,
se dobla el mástil, la madera cruje.
¡Ay! Ella no busca la alegría,
ni busca la felicidad que huye.

Abajo, la corriente de zafiro;
rayos de sol dorado en lo azul.
Pero ella, rebelde, pide tormentas,
cual si en las tormentas hubiese quietud.

Mikail Lérmontov


Tengo aquí en el alma


Tengo aquí en el alma, ya vieja y gastada,
un templo sagrado en eterna clausura,
donde guardo todo lo que mi destino
me supo brindar de alegría y ventura.

Está para el mundo vedado el sendero
que lleva hacia aquel inviolado retiro,
y preferiría cortarme la lengua
antes que franquear el secreto camino.

Explícame, ¿cómo desde el primer día,
—día que tan lejos está para mí—
tan insinuante, tan clara y segura,
has podido tú penetrar hasta allí?

Atanasio Fet
(1820-1892)



En el fondo del infierno

A la memoria de A. Blok y N. Gumilev


Cada día más salvaje, más sorda,
se entorpece, lívida, la noche.
Un viento fétido apaga, como velas, las vidas.
Ni llamar, ni gritar, ni ayudar.
Oscura es la suerte del poeta ruso:
un destino impenetrable lleva a Pushkin
frente a la boca de una pistola;
a Dostoievsky, al cadalso.
Quizá yo correré la misma suerte,
mi amarga Rusia filicida,
y pereceré en el fondo de tus sótanos,
o me deslizaré en un charco de sangre.
Mas no abandonaré tu Calvario,
ni renunciaré a tus tumbas.

Deja que acaben conmigo el hambre y la malicia.
No escogeré otro destino:
si debo morir, moriré contigo,
y contigo me levantaré, como Lázaro del ataúd.

Maximilian Voloshin



A la musa

Hay en tus melodías escondidas
de nuestro fin la noticia fatal.
Llevas la maldición de Dios, y llevas
la profanación de la felicidad.

Hay en ti una fuerza tan fascinante
que me apresto a acusarte yo también
de perder a los seres candorosos
seduciéndolos con tu esplendidez.

Cuando te burlas de la fe sagrada
de golpe veo encenderse en ti
una corona que ya he visto antes,
sin forma clara, purpurina y gris.

¿Es del Bien o del Mal? Eres misteriosa,
y de mil modos se habla de ti:
Musa y Milagro eres para unos;
Infierno y Dolor eres para mí.

¿Por qué no he perecido en la mañana,
cuando el insomnio se llevó el vigor,
y en cambio al entrever tu rostro frío,
consuelos suplicaba a tu favor?

Desearía que fueses mi enemiga.
Pero, ¿por qué me brindaste el presente
de las flores, el cielo, las estrellas
y la maldición de tus bellas fuentes?

Más pérfidas que las noches del Norte,
más embriagantes que el vino de Aí,
más breves que el amor de las gitanas,
fueron tus viles besos para mí.

En el violar las cosas más sagradas
tuve una maligna satisfacción,
y en tus amores, como la hiel amargos,
locas delicias tuvo el corazón.

Alexander Blok


Buena actitud con los caballos

Los cascos golpeaban.
Parecía que cantaban:

Grib.

Grab.

Grob.

Grub.

Se deslizaba la calle,
bebida por el viento,
calzada por el hielo.
Un caballo se desplomó
sobre su grupa,
y de golpe
los curiosos, uno tras otro,
los pantalones que paseaban por Kuznetsky (1)
se apretaban alrededor.
La risa sonó y tintineó.
—¡Un caballo se cayó!
—¡Cayó un caballo!
Reía Kuznetsky.
tan sólo yo
no mezclaba mi voz con su aullido.
Me acerqué
y vi
los ojos del caballo...
La calle se volcó
y fluye a su manera...
Me acerqué y vi:
los goterones
se deslizan por su cabeza,
se esconden en su pelo...
Un dolor común
y animal
se vertió, chapoteando, dentro de mí
y se derramó en el susurro:
“Caballo, no vale la pena.
Caballo, escúcheme:
¿piensa que sea peor que ellos?”

“Niñito,
todos, somos un poco caballos,
cada uno de nosotros a su manera es un caballo”.

Quizás,
—el anciano
no necesitaba ninguna niñera.
Quizás, mi pensamiento le pareció trivial,
pero
el caballo
se alzó,
se puso de pie,
relinchó,
y empezó a caminar.
Movía la cola
niño pelirrojo.
Llegó alegre,
se colocó en el establo.
Y le parecía
que era un potrillo,
que valía la pena de vivir
y trabajar.

Vladimir Maiakovsky
(1894-1930)


Estoy muy solo...


Estoy muy solo y muy triste...
¡Oh, si pudiera encontrar
otra mujer como ella
en vez de volver atrás!

Mas, ¿dónde hallar unas manos
que ausentes causen pesar?

¿Dónde encontrar unos ojos
de tan altivo mirar,
ojos llenos de soberbia
que nunca los vi llorar?

¿Dónde hallar los mismos labios
que rían y canten igual,
que yo viviera temiendo
no me vuelvan a besar?

¿Dónde hallar otra como ella
a quien poder perdonar,
que la vida al lado suyo
fuera cruel felicidad?
¿Que de todas las madrugadas,
después de largo velar,
me levantara como ella,
redomado y contumaz?

Que amante y loca una noche
yo la pudiera abrazar
y mañana sea de piedra
imposible de ablandar.

Y que entonces, con dolor,
yo tuviera que escuchar
maldiciéndome a mí mismo:
“No me vuelvas a tocar...”

Que en la quietud de la noche
al sorprender su velar
encuentre en ella dos almas
y a las dos las quiera igual.

De la noche a la mañana
ignorar qué pasará;
no saber al día siguiente
cuál alma me mostrará.

Atormentado por ella
no podía vivir más;
quise entregar mi cariño
a otra mujer más leal.

Pero sé que es imposible
tal compañera encontrar
y que al fin será ella misma
a quien yo vaya a buscar,
porque no existe en el mundo
ninguna mujer igual:
tan mala, ni tan preciosa,
ni tan maldita, en verdad...


Konstantin Simonov