sábado, 7 de febrero de 2009

Un poema de Ingeborg Bachmann



Ningunas delikatessen



Ya nada me gusta
¿Debo ataviar una metáfora
con una flor de almendro?
¿Crucificar la sintaxis sobre un efecto de luz?
¿Quién se romperá la cabeza
por cosas tan superfluas?

He aprendido a ser sensata con las palabras,
(para la clase más baja)
hambre
deshonra
lágrimas
y
tinieblas.

Con los sollozos no depurados,
con la desesperación
(y desespero de desesperación)
por tanta miseria,
por el estado de los enfermos,
el coste de la vida, me las arreglaré.

No descuido la escritura,
sino a mí misma.

Los otros saben,
Dios lo sabe
que hacer con las palabras.

Yo no soy mi asistente.
¿Debo aprisionar un pensamiento
llevarlo a la iluminada celda de una frase?
¿Alimentar oídos y ojos con bocados
de palabras de primera?
¿Investigar la libido de una vocal,
averiguar el valor de amateur de nuestras consonantes?

¿Tengo que con la cabeza apedreada,
con el espasmo de escribir en esta mano,
bajo la presión de trescientas noches,
romper el papel,
barrer las urdidas óperas de palabras
destruyendo así: yo tú él ella lo
nosotros vosotros?

(Que sea. Que sean los otros.)

Mi parte que se pierda.