miércoles, 1 de abril de 2009

Tres causas perdidas de Jorge Martínez Mejía

Ilustración de Micheal Muller


Y no siempre nos vemos


Estimados amigos poetas...no los suaves, modernos y estilizados palurdos, sino los absurdos hijos del diluvio y la sombra; los que se lanzan como goterones sobre los cascajos antes de la tormenta. Les invito a una cerveza poética, fresca. No babeamos por la puta muerta, tomamos ron fuerte, ron hondureño, y a veces nos acompañamos con una buena sopa. Nadie puede hacernos burla porque no somos soldados de ningún ejército, y nos hastía el verso, nuestro verso se hizo prosa, malsana y cotidiana, de tabaco y tumbas hechas de periódico. Nos acodamos a veces alrededor de una boina muerta y más encementados que nunca, releemos sin interés todas las crónicas. Pero el buen ron nos reúne y nuevamente volvemos al pozo de fuego, a la cloaca donde nos dan dinero por fingir una normalidad más muerta que la poesía. Como si toda esta mierda fuera cierta. Por encima de nuestras cabezas pasa a veces la fábula del semáforo en rojo, o la luna, o el recuerdo de un cometa. Pero cuando la hora es amarga nos queda una mujer y también el mar a veces. Y no siempre nos vemos.


Odia este artefacto que antes fue un poema


Sumamente cansado me he dado cuenta que sueño despierto, pero algo ha corrompido mi sueño. Muero en un país sometido a los historiadores, a los profetas poseedores del mito. Anhelo ser un niño, ser mi hermano cálido con el que a menudo perezco. He de concluir viejo y montañés como Jean-Baptiste Grenouille antes de su apoteósico retiro. Entonces ofrezco mi danza con otras palabras, con un ojo fiel a esta tierra inocente. También yo me estrellaré sin mácula, y mi cadáver te busca aunque no estés lo suficientemente cerca para reírte de lo que hemos sido. Condúceme, odia este artefacto que antes fue un poema.


Mi pobre y fea musa


Mi más hermosa musa es la más fea de todas las musas literarias. Renegada, apestosa, apócrifa y sin baño. Sus manos pequeñas y arrugadas son un ramillete de hojas mustias o una pata de gato. No hay erección cuando la veo, no es como las otras. De no haber sido tan fea hubiera sido putita o habría muerto tísica en cualquier esquina del barrio. Mi pobre y fea musa. Se pone triste cada vez que la regaño. –Bañate, le digo, hacete algo, arreglate el pelo, untate en las uñas un color verde o negro. ¡Perdete de este cuarto! Yo ya no quiero verla, me da asco su grueso pelo graso, pero no es fácil alejarla; se lanzaría a un barranco. Y quizás eso es lo que quiero. Ver como se estrella, como se hace pedazos, pero tener que recogerla, dar cuentas de sus cosas, guardar su retrato, meterla en un cajón; eso sería absurdo. No puedo, no es mi trabajo.