domingo, 17 de mayo de 2009

La noche en que los poetas se reunieron en homenaje al suicidio

Ilustración de Jenny Saville

En memoria de Henry Galo, pintor hondureño recientemente fallecido en la ciudad de Tegucigalpa.



Mudos, o en breves escaramuzas, los poetas conversaron sobre el dibujante muerto.
Algunos pintores rapados mostraron sus bocetos en los que su imaginación era absorbida por la figura humana: anatomías fundidas en lápidas, fragmentos de cuerpos embozados por espesos lienzos, clones siameses abrazados por la espalda. Había también un hombre sentado sobre un inmenso pie humano observando un desierto y un cielo estrellado.

Los poetas hablaron de Calderón de la Barca, del origen del sentimiento de la angustia, de la osadía de Sade, del poema Muerte sin fin de José Gorostiza, de la Torre trunca de Cardona Bulnes, en fin, todas las posibilidades existenciales se reducían a los hallazgos de la memoria.

Hubo uno que leyó un poema dedicado al joven dibujante de rostro temprano, de carboncillo temprano, de recuerdo temprano, de partida temprana y de temprana sonrisa. También hubo aplausos, tímidos aplausos.

Una mujer de boina negra y cabellos desaliñados habló del último dibujo. Una serie de caballos precipitados contra las fauces de un farallón de piedra en el que se delineaba un rostro de mujer y miles de caracoles derramándose de una artesa de madera hasta caer al abismo como una lluvia de mariposas y pequeñas algas de plata.

Un poeta totalmente borracho entró al salón con un maletín asqueroso, atiborrado de papeles, botellas de licor y tabaco crudo, ofreciendo unos dibujos del artista fallecido por doscientos Lempiras. Ante el estupor del auditorio, sacó un cuadernillo sucio y se dio a la tarea de leer una historia sobre los piratas canadienses, banderas enterradas en las playas de hielo, tormentas, gruñidos y gritos de mujeres violadas en la arena boreal del polo norte.

Nadie podía poner orden en aquel homenaje atrofiado. Hubo quien dijo que el suicidio era una farsa, que no había tal, y que la reunión estaba de más. Pronto sacaron al bardo ebrio y la plática terminó en anécdotas peores.

Finalmente todo había terminado. El joven dibujante abrigó tempranamente su olvido.