miércoles, 11 de noviembre de 2009

Necrópolis de putrefactas palabras

imagen Levi Van Veluw
Por Jorge Martínez Mejía


En la torva hora y la boina chamuscada, en la tromba palabra que arrastra el ansia y la música, en la aldea risueña en que suena todavía la posible melancolía de los pocos gnomos dedicados al pomo de la poesía. Pobre poesía mía, tan horrible, destruida y escondida, ya sin provisiones, sola y hambrienta, espacial, perdida, sin efecto, como el triste marsupial, oculto en el pequeño bulto corrupto, resurgido silencio, pienso y me extiendo y me extiendo y me extiendo. El sol salido esperando cuando a penas ando caminando. Y resurgirá otra vez en la muerte y sin quererte, aunque te hubiera querido, herido, sin despecho. Pocos poetas suenan y se queman por su gusto o se suicidan la vida. Yo no. Yo no me moriría por una tipa sólo porque ardiente en la caída de aquel paraíso del infierno, felíz como Goytizolo, o solo en el polvo decantado, cansado, insepulto, sin espejo en el reflejo del pendejo poeta que soy, que he sido, podrido. Si no me hubieran dicho. Yo no quería nada, yo no quería nada, quería nada, el alma helada, pelada, relamida, deliciosa diosa pornográfica, ácida, entretenida con miel sobre una torta. Qué hermoso el horroroso acto del parto, el dorado momento del jumento.