domingo, 28 de marzo de 2010

La convicción del invicto


La convicción del invicto


Por Jorge Martínez Mejía

Ellos eran burdos para matarnos, pero nosotros demasiado mansos para morir. No teníamos justicia ni descanso. Sólo nuestra libertad profanada y un derrotero de rebaño habituado a marchar silencioso por el oscuro valle. < ¡Oh patria, nos sentimos demasiado tristes y cansados para seguir muriendo!>, dijo un poeta mustio tirado en la hierba. Nuestra mansedumbre fue símbolo del escarnio y de nuestro orgullo extraño. Prisioneros y dóciles ambulamos miles de noches y miles de días infinitos. Por las tardes nos vimos marchando en la inmensa caravana contemplando los pies heridos de los ancianos y las lágrimas en los niños. Nada poseía nuestra gente más que los viejos y raídos sombreros. Las mujeres, acostumbradas a la sumisión y al llanto, no lloraban, su altivez y una inusitada valentía eran la señal más clara de nuestra humilde gesta. ¡Yo vi a nuestro pueblo victorioso en toda su derrota! ¡Le vi andar con un solo pie, descalzo; y vi su casa desvencijada y su cielo claro, y vi su llanto contenido, escondido en sus manos! Nos mataban nuestros mismos hermanos por la vileza del dinero, eran burdos para asesinarnos; pero nosotros demasiado mansos. Un maestro dijo que nuestro pueblo era sabio, que sabría alcanzar su libertad. Y nuestro pueblo luchaba en mansedumbre, sin odio, con la invicta convicción de un viejo árbol.