domingo, 24 de octubre de 2010

CRAVAN: UN MALDITO POETA CHUCO



Arthur Cravan no era muy querido entre sus colegas de las ligas boxísticas y los círculos literarios. La mayoría de los escritores lo miraban con desprecio, veían en él a un bufón desvergonzado, un vendedor de injurias que seguía al pie de la letra la consigna de los alborotadores según la cual la gloria es un escándalo. Sir Arthur Cravan se definía como el poeta con los cabellos más cortos del mundo y aseguraba considerar el arte como un medio y no como un fin. En su particular ranking los deportistas, los ladrones del Louvre y los locos estaban por encima de los artistas.

Por su parte los boxeadores lo veían como un señorito que posaba de rudo. Muy blanco para estar en los cuadriláteros y muy elocuente y bien peinado. “Rellenar mis guantes de boxeo con rizos de mujer”, escribía Cravan en su revista para ganarse la animadversión de los pegadores. Se le acusaba de degradar el boxeo con sus pantomimas de poeta duro. Su primer título lo ganó gracias a la enfermedad de su rival, quien no pudo presentarse al ring.

Nadie entendía cómo un mismo hombre podía hacer las veces de un culto señorito de mundo, un filipichín cosmopolita y donairoso, y presentarse además como un gañán tosco y primitivo, un malandrín ingenioso y brutal. Un gigante que oficiaba como poeta y boxeador, cantor de versos y quebrador de quijadas. El anuncio de una de sus conferencias explica perfectamente su doble condición: “Cravan, profesor de cultura física en la Academia de México, dará próximamente una conferencia sobre arte egipcio”.

PRIMER ROUND. Aquí el asunto es apenas de estudio. Un simple bailoteo en el que se lanzan golpes inofensivos para ir soltando las manos. Lo primero que se debe saber del poeta Cravan es un parentesco que le interesaba más a él que a cualquier otro, lo gritaba a los cuatro vientos y casi lo anotaba al pie de su firma como si se tratara de un apellido: Cravan era sobrino de Oscar Wilde por parte de su madre, cosa que aprovechó con gusto y cinismo. Su verdadero nombre era Fabian Avenarius Lloyd. Nació en Lausana, Suiza, el 22 de mayo de 1887, donde permaneció hasta los 16 años. De allí emprendió su travesía de vagabundo que lo llevó por diversos oficios y países: fogonero en Australia, chofer de automóvil en Berlín, marinero en el Pacífico, caballero de industria no sé dónde, mulero, recolector de naranjas en California, encantador de serpientes en Nueva York, leñador de bosques gigantes, ladrón y delicioso farsante donde llegara. Luego de su periplo se instala en París, donde comienza a pulir sus puños en el club de boxeo Fernand Cuny. Antes de que suene el primer campanazo, digamos cosas propias del pesaje: Arthur Cravan. Estatura: 1,90 (aunque su delirio de grandeza lo hacía decir que medía casi 2 metros). Peso: 105 kilos.

SEGUNDO ROUND. En 1910 dio sus primeros buenos golpes al ser proclamado campeón de los pesos medios en el II campeonato anual de principiantes y aficionados, y campeón de Francia de pesos medios en el VIII encuentro de boxeo para aficionados y militares. Cravan parecía tener una fuerza y un vigor que su cuerpo no lograba contener: “Yo, que sueño incluso en las catástrofes, digo que el hombre es tan desdichado porque mil almas habitan un solo cuerpo”. Quería arro­llar­lo todo bien fuera a puños o a golpes de ingenio. Bien pronto descubrió en la extravagancia su mejor arma y abrazó los ideales alborotadores de su tío. Decía admirar el ruido que hacían Marinetti y los futuristas porque la gloria es un escándalo. En vista de que el insulto y la herejía necesitaban de algo más que su viva voz, fundó en 1912 la revista literaria Maintenant,que dirigía y escribía casi en su totalidad. De ella aparecieron 5 números, el último en 1915. Una buena muestra de la insolencia que destilaban sus páginas aparece en la sección Cosas Diversas que se publicaba al final de la revista: “Nos ha alegrado mucho la noticia de la muerte del pintor Jules Lefebvre”.

TERCER ROUND. Las páginas de Maintenant son el mejor tinglado para Arthur Cravan. En ellas se muestra más pendenciero que en cualquier ring y desde ellas lanza golpes estilizados de pegador profesional y golpes bajos de peleador callejero. Para que sus contiendas tengan alguna resonancia, los sparringsno pueden ser de categorías livianas, así que acomete contra algunos pesos pesados. Primero contra André Gide. El director de Maintenant dice que “tiene la idea de alcanzar la fortuna de forma deshonesta y de manera inesperada mediante la poesía”. Una de sus tácticas consiste en deslumbrar literatos viejos, cansados y millonarios. Valiéndose de su parentesco con Oscar Wilde consigue que Gide lo reciba en su casa, y ya imagina el dinero que le hará gastar en sus caprichos, y los viajes en primera, las nobles monturas, los palacios, los amores que disfrutará a cambio de divertir a su mecenas. Sin embargo, al llegar a la casa de su ilustre anfitrión Cravan se muestra decepcionado por el escenario un tanto gris, de espíritu protestante, y por la actitud del señor Gide, quien “no le ofrece absolutamente nada, excepto una silla”. Esa muestra de tacañería convierte la avidez de Cravan en ojeriza contra su anfitrión. Y comienzan las malévolas descripciones del mobiliario y el personaje: “El señor Gide no parece un hijo del amor, ni un elefante, ni varios hombres: parece un artista; y sólo le haré este cumplido, por lo demás desagradable: que su pequeña pluralidad proviene de que se podría tomar muy fácilmente por un cómico de la lengua. Su osamenta no es nada notable; sus manos son las de un vago, muy blancas ¡pardiez! En conjunto es una naturaleza muy pequeña. El señor Gide pesa unos 55 kilos y mide 1,65, más o menos. Su porte traiciona a un prosista que nunca podrá hacer un verso. Además, el artista ostenta un rostro enfermizo, de donde se desprenden a la altura de las sienes unas láminas de piel algo mayores que unas pequeñas escamas, inconveniente que el pueblo explica diciendo vulgarmente de alguien: ‘se está pelando’ ”. Al final de su nota so­bre la visita al señor Gide, el maledicente Cravan dice que en una ocasión recibió una carta de tan ilustre personaje, y a renglón seguido ofrece las copias autógrafas de la misiva al precio de 0,15 francos. Suena la campana para Gide, quien ha debido tirar la toalla ante la desvergüenza de su invitado.

CUARTO ROUND. En este asalto la pelea es contra los pintores. El número 4 de Maintenant comienza con una reseña de la exposición de los Independientes realizada en París en 1912. El primer golpe es para tumbar a cualquiera, más cuando se trata de las sensibles quijadas de los pintores: “Al salir de la exposición experimenté un profundo asco por la pintura... Me preguntarán, entonces ¿por qué, si desprecio la pintura, me molesto en hacer su crítica? Pues es muy sencillo: si escribo es para hacer rabiar a mis colegas; para que hablen de mí y para hacerme un nombre. Con un nombre se triunfa con las mujeres y en los negocios”. Luego se faja con algunos pintores en particular haciendo la salvedad de que sólo lo hace por picardía, para vender su número, ya que todas esas “nulidades” lo comprarán por el solo placer de ver el nombre en letra impresa. Su crítica es más bien heterodoxa. Por ejemplo, de Henry Hayden dice: “Preferiría permanecer dos minutos debajo del agua que delante de su cuadro: me ahogaría menos”. Chagall le parece un inocente demasiado pequeño y Malevitch, pura afectación. A otros los descabeza mandándolos a callar o simplemente tratándolos de estúpidos, sucios, tontos y fracasados. Por último dice que todo el salón no era más que un circo lleno de “pintamonas”.

QUINTO ROUND. La pelea se está alargando demasiado y hasta ahora no ha habido más que palabras. El poeta cínico debe dar paso al boxeador. Los primeros espectáculos boxísticos en que actúa Cravan son un verdadero show de variedades. Antes de que le suelten la “bestia” de turno, el poeta muestra algunas habilidades más amables, así que los carteles anuncian que el sobrino de Oscar Wilde hablará, bailará y boxeará, en una magnífica exhibición de “boxing-dance”. Todo parece ser un juego de taberneros, estibadores y artistas haciendo de bandidos.

SEXTO ROUND. Éste es el gran asalto de Cravan. Plaza de toros de Barcelona. Domingo 23 de abril de 1916 (¡día del idioma!). Gran fiesta de boxeo. El ex campeón del mundo Jack Johnson, negro de 110 kilos, VS el campeón europeo Arthur Cravan, blanco de 105 kilos, con una bolsa de 50.000 pesetas para el vencedor. Cravan saltó al ring luciendo una corta bata blanca y su enemigo lo hizo ataviado de un larguísimo camisón oscuro a rayas verticales. El combate se inició con el grito de “go” del árbitro y sus incidencias fueron narradas en una página por el escritor francés Blaise Cendrars: “El bello Arthur se puso en guardia, poniendo sus dos puños enfun­dados en los guantes delante de su rostro, bajando la cabeza, metiendo el estómago, doblándose hacia adelante para protegerse el corazón con los codos apretados el uno contra el otro, y esperó el golpe fatal. La nuca entre los hombros, curvando la espalda, sin esbozar un gesto, ni siquiera una finta fingida para parecer que parezca, limitándose a patear, dando vueltas sobre sí mismo, temblando visiblemente. El negro se movía en torno al valiente muchacho como una gorda rata negra en torno a un queso de Holanda, haciéndose llamar al orden tres veces seguidas porque tres veces Big Jack dio una patada en el trasero al poeta-boxeador para descongelar un poco al sobrino de Oscar Wilde, y el negro le golpeaba las costillas dándole puñetazos, riéndose, animándole, riñéndole y, súbitamente encolerizado, Jack Johnson lo tumbó con un formidable bofetón en la oreja izquierda, un golpe digno de un matarife o un maleante, porque estaba más que harto. Cravan no se movió más. El árbitro contó los segundos. El gong anunció el final del combate. Y Jack Johnson fue declarado ganador por nocaut. La cosa no había durado un minuto. Entonces el negro se puso a increpar al público catalán que protestaba vehementemente, invadiendo el ring, exigiendo que les devolvieran el dinero, saqueando la plaza, quemando las barreras. La policía llegó para evacuar el lugar, y como el tumulto se hizo general hubo que llamar a los carabineros para llevar al campeón del mundo a la comisaría y los organizadores tuvieron que intervenir devolviendo el dinero.

”Mientras que los managers españoles buscaban por toda la ciudad a Cravan, que se había escabullido, el bello Arthur, encerrado en su camarote a bordo del barco que navegaba hacia Estados Unidos, se limpiaba la oreja izquierda que tenía roja, no de vergüenza, sino de la violencia del tortazo recibido. Y tal como le conozco debió de importarle todo un bledo y seguramente se decía: ‘¡Salvar la cara está bien para los chinos! En mi caso el retrato está intacto y eso es lo que importa, ¡cara guapa...!’ ”.

Los periódicos catalanes calificaron el “Gran combate” como un “gran timo o engaño”, llamaron comparsa al poeta y boxeador y lamentaron la degradación que tales espectáculos le infligían al viril deporte del boxeo.

SÉPTIMO ROUND. El poeta se ve contra las cuerdas, acosado por unas preguntas acerca de su combate con Jack Johnson, pero riposta y sale airoso del difícil trance. La mentira llana, su mejor recurso. Un año después, ya en Norteamérica donde se ha refugiado de la guerra, el poeta dice que la pelea con Johnson duró siete asaltos, que su preparación no era buena porque llevaba dos años sin boxear y que sin embargo hizo daño al negro, quien demostró una magnífica capacidad de resistencia. Y continúa sin que ningún rubor asome en su cara pulida: “Cuando subimos al ring, ninguno de los dos estábamos en buena forma, y yo no tardé en despistarme. La principal dificultad a la que hube de enfrentarme fue su izquierda, con la que me mantenía constantemente alejado. Es unos cinco centímetros más bajo que yo. Después de Poe, Whitman y Emerson, es el más grande norteamericano que haya existido. El día que haya aquí una revolución, haré cuanto esté a mi mano para que sea nombrado rey de los Estados Unidos”.

OCTAVO ROUND. Las amistades de Cravan no sólo estaban entre los poco confiables empresarios de boxeo, los apostadores de tercera y los enemigos de tinglado. Algunos artistas también hacían parte de su círculo. En Francia frecuentó los estudios de Francis Picabia, Robert Delaunay y Kees van Dongen, y más tarde en América tuvo un trato distante con Marcel Duchamp. En sus travesías se cruzó con el poeta Robert Frost, con quien recorrió buena parte del norte de los Estados Unidos. Pero tal vez su encuentro más extraño haya sido con León Trotsky. Con él viajó rumbo a Estados Unidos a bordo del buque Monserrat. Cravan no pasó desapercibido ante los ojos del revolucionario soviético: “El barco estaba poblado por gente de lo más variopinto y en su conjunto poco atractiva. Numerosos desertores de diferentes países... Había un boxeador, literato a ratos, sobrino de Oscar Wilde. Confesaba abiertamente que prefería destrozar las mandíbulas de los yanquis practicando un deporte noble, que dejarse hacer pedazos por un alemán”.

NOVENO ROUND. En Nueva York Cravan sufre una nueva derrota. Algunos subalternos lo salvan de la caída y lo sacan en medio de un gran abucheo del público. Esta vez la derrota no fue en el ring sino en la mesa principal de la Grand Central Gallery, durante la exposición de los Independientes de Nueva York. Cravan fue invitado por Francis Picabia y Marcel Duchamp para dar una conferencia sobre “Los artistas independientes de Francia y América”. El gigante entró tambaleando, ya no debido a los golpes de algún negro enorme, sino gracias a un almuerzo en exceso etílico. Cravan llegó, golpeó la mesa con todas sus fuerzas y comenzó a desvestirse quizá en espera del negro de turno, pero el asunto era otro y los policías lo sacaron esposado. Cuando salía arrastrado del recinto, se oyó su voz en la forma de un “alarido que cubrió el tumulto y el chirrido de los trenes de New York Central”. Al día siguiente los periódicos neo­yorkinos lo apalearon sobre la lona: “El señor Cravan era verdaderamente un lunático pero también era, saltaba a la vista, independiente. ¿No era ése el tema de su conferencia?” (The Sun, Nueva York, 20 de abril de 1917).

DÉCIMO ROUND. El poeta-boxeador ha hablado, bailado y boxeado, pero dónde están sus poemas. Aquí la pelea la gana por puntos. ¿Y la bolsa? Ninguna.

¡ARRE!

¿Qué alma disputará mi cuerpo?
Oigo la música:
¿me arrastrará?
Me gusta tanto el baile
y las locuras físicas
que siento con evidencia
que, de haber sido jovencita,
habría acabado mal.
Pero desde que estoy sumergido
en la lectura de esta revista ilustrada
juraría no haber visto en mi vida
fotografías más asombrosas:
el océano perezoso meciendo las chimeneas.
Veo en el puerto, sobre el puente de los vapores,
entre mercancías imprecisas,
mezclarse los choferes con los marineros;
cuerpos pulidos como máquinas,
mil objetos de la China,
las modas y las invenciones;
luego, dispuestos a atravesar la ciudad,
en la suavidad de los automóviles,
los poetas y los boxeadores.
¿Cuál es esta noche mi error?
¿Que entre tanta tristeza
todo me parece bello?
El dinero que es real,
la paz, las vastas empresas,
los autobuses y las tumbas;
los campos, el deporte, las queridas,
hasta la vida inimitable de los hoteles.
Quisiera estar en Viena y en Calcuta.
Tomar todos los trenes y todos los navíos,
fornicar con todas las mujeres y engullir todos los platos.
Mundano, químico, puta, borracho, músico, obrero, pintor, acróbata, actor;
viejo, niño, estafador, granuja, ángel y juerguista; millonario, burgués, cactus, jirafa o cuervo;
cobarde, héroe, negro, mono, Don Juan, rufián, lord, campesino, cazador, industrial,
fauna y flora:
¡soy todas las cosas, todos los hombres y todos los animales!
¿Qué hacer?
Probaré con el aire libre,
¡quizás ahí podría prescindir
de mi funesta pluralidad!
Y mientras la luna,
más allá de los castaños,
unce sus lebreles
e, igual que un caleidoscopio,
mis abstracciones
elaboran las variaciones
de los acordes
de mi cuerpo,
que mis dedos pegados
a la delicia de mis llaves
absorben frescos síncopes,
bajo mociones inmortales
mis tirantes vibran;
y, peatón ideal
del Palais-Royal,
me embriago de candor
incluso con los malos olores.
Repleto de una mezcla
de elefante y de ángel,
lector mío, paseo bajo la luna
tu futuro infortunio,
armado con tanta álgebra
que, sin deseos sensuales,
entreveo, fumadero del beso,
coño, mamada, agua, África y descanso fúnebre,
detrás de las persianas tranquilas,
la calma de los burdeles.
Bálsamo, ¡oh mi razón!
Todo París es atroz y odio mi casa.
Los cafés ya están oscuros.
Sólo quedan ¡oh mis histerias!
los claros establos
de los orinales.
Ya no puedo seguir quedando fuera.
Ésta es tu cama; sé tonto y duerme.
Pero, último inquilino
que se rasca tristemente los pies,
y, aunque cayendo a medias,
si yo oyese sobre la tierra
retumbar las locomotoras,
¡cuán atentas podrían volverse mis almas!



UNDÉCIMO ROUND. La vida comienza a golpear con fuerza, Cravan está en un cuerpo a cuerpo contra la miseria. Viaja a México y atraviesa a nado la frontera del río Grande. Años antes había escrito en el segundo número de Maintenant que la primera condición para un artista era saber nadar. Tiene la intención de trabajar en las minas de plata. En enero de 1918 se casa con la poetisa Mina Loy y se establecen en Veracruz, donde Cravan da clases de cultura física en la Academia Atlética de Ciudad de México. Más tarde Mina Loy queda embarazada y viaja a Argentina, donde deben encontrarse cuando Arthur reúna el dinero suficiente.

DUODÉCIMO ROUND. A partir de ese momento el misterio envuelve el destino de Arthur Cravan. Se embarca en un pequeño velero en el Golfo de México y no se vuelve a saber más de él... Siete, ocho, nueve, diez... ¡fuera!