sábado, 9 de febrero de 2013

La poesía no es ningún país






Por Jorge Martínez Mejía





Al principio me pareció un prejuicio político por la deuda impagable de la masacre de la conquista. Sin embargo, a ese prejuicio se anteponían las lecturas de Octavio Paz y su patria hecha de estilos, nombres y retazos de Historia; de Alfonso Reyes y su patria como escenario de voces, ecos y resonancias antiguas; de Borges cuya patria es el universo. No se trataba de la poesía como territorio común, o de la lengua como noción de patria; se trataba de una musicalidad falsa, recuperada a veces en Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Miguel Hernández, Federico García Lorca, Leopoldo Panero; y encontrada de manera definitiva en Rubén Darío, pero por su inocencia. El rechazo, no de la musicalidad falsa, sino de la falsedad de la poesía española, comenzó cuando descubrí el simbolismo de manera directa en Baudelaire, o el experimento poético de Mallarmé, donde la poesía como musicalidad desaparece para concretizarse, para materializarse en una clave de totales correspondencias. Cada una de estas búsquedas de la poesía en otros ámbitos geográficos me alejaba más de la poesía española, o de la lengua española como patria de la poesía. Retornar a Pablo Neruda, a pesar de haberlo leído antes que a César Vallejo, fue desanudar el truco de las palabras para conectarme con mi propia tierra, para encontrarme con mis propias palabras. Pero nunca pude llegar a ellas de no ser por Carlos Pellicer, José Juan Tablada, Xavier Villaurrutia, Octavio Paz, Alí Chumacero, José Gorostiza, Jaime Sabines y Nicolás Guillén. Y nunca, definitivamente nunca, me identifiqué mejor con un poeta como con Hefraín Huerta, a pesar de haber conocido su obra hasta llegados los noventas. Quizás al mismo tiempo que conocí a Reverdy. Con la nueva generación de poetas mejicanos me sentí mejor identificado que con los del grupo Contemporáneos. A partir de Juan Bañuelos, ya uno se encuentra en su verdadera tierra y entre su gente; o entonces entre los poetas hermanos como Raúl Garduño, Alejandro Aura, Leopoldo Ayala, José Carlos Becerra; entre otros. De aquí, hasta llegar a Mario Santiago Papasquiaro, es un paso afortunado. Y no obstante, siendo casi contemporáneos junto a Juan Carlos Bautista, Ernesto Lumbreras, Jorge Fernández Granados y José Eugenio Sánchez; Mario Santiago Papasquiaro y Juan Carlos Bautista me son más próximos que nadie, que cualquier poeta hondureño, inclusive.

Entonces vas aprendiendo. La poesía no es ningún país, la poesía es el barrio en que vivís, es la calle, el bar de la esquina. Es la mejor de tus patrias, es la bicicleta tirada en la calle, la taza de café, la cerveza con tus amigos, la mirada en los ojos, los gallos que joden en la madrugada y los perros que te ladran; es la única palabra que tenés para decir. 





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